Siglo XIX 2ª parte (1833-1875)

Apuntes de Historia para Maturitas

Siglo XIX 2ª parte (1833-1875)

Isabel II y el Estado Liberal (1833-1868)

Regencias de MªCristina y Espartero (1833-1843)

Tras la muerte de Fernando VII y la subida al trono de la niña Isabel II, asumieron la regencia la reina madre María Cristina (hasta 1840) y el general progresista Baldomero Espartero (de 1840 a 1843). Durante este periodo se produjo el paso del absolutismo al sistema liberal.

María Cristina, para garantizar la corona a su hija, hizo ciertas concesiones a los liberales, que se oponían al absolutismo de Carlos María Isidro (Carlos V). Esas concesiones se concretaron en la división del estado en provincias (las mismas que siguen existiendo actualmente), limitar el poder de la iglesia, y sobre todo en el Estatuto Real de 1834, que otorgaba menos derechos que la Constitución de Cádiz.

Durante este periodo se produjo una importante desamortización (confiscar las tierras que no se usaban y venderlas a alguien que las usara) llevada a cabo por Mendizábal. Esta desamortización no consiguió sus objetivos de crear una reforma agraria porque sólo la oligarquía tenía dinero para comprar tierras. La reina además pensó que se estaba yendo demasiado lejos y cambió al gobierno por otro más conservador, lo que provocó revueltas entre los militares. Al final, los progresistas consiguieron una nueva Constitución (1837) que establecía la soberanía compartida entre rey y Cortes, pero las diferencias entre moderados y progresistas y las numerosas revueltas populares acabaron con la paciencia de la reina, que renunció en favor del general Espartero en 1840.

Espartero era un militar muy popular tras su victoria contra los Carlistas en 1839, pero fue perdiendo apoyos casi de inmediato. Los progresistas criticaron su forma militar de gobernar y los moderados, desde el exilio, le negaron su apoyo. Realizó una serie de modificaciones económicas y comerciales que la burguesía catalana consideró perjudicial para su industria, y la ciudad de Barcelona se levantó en 1842. Espartero la bombardeó y acabó con su propio prestigio, siendo sustituido finalmente por el general moderado Ramón María de Narváez.

Los Carlistas

Originalmente son los seguidores de Carlos María Isidro (Carlos V), hermano de Fernando VII y partidario del absolutismo. Al principio, todo parecía un enfrentamiento dinástico con los isabelinos, pero detrás de eso había otras causas: además del apoyo de una parte del clero y la vieja aristocracia, el carlismo fue muy fuerte durante la Primera Guerra Carlista (1833-1839) en País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia, por una parte para defender los fueros medievales que pretendían eliminar los liberales, o para recuperarlos tras haberlos perdido en los Decretos de Nueva Planta, y por otra parte porque las propiedades familiares, típicas de esas zonas, resultaban perjudicadas por las leyes fiscales liberales.

La guerra fue larga y destructiva, sobre todo por las tácticas de guerrilla, pero con la muerte del general Zumalacárregui y la división de los carlistas, se vieron obligados a rendirse en 1839 en el “abrazo de Vergara” ante el general Espartero.

Sin embargo, la derrota militar del carlismo no supuso su extinción, y así, hubo otras dos guerras carlistas en 1846-1849 en Cataluña (Carlos VI) y 1872-1876 (Carlos VII).

Década Moderada (1844-1854)

El general Narváez estableció un régimen autoritario similar al de otros países europeos, esto frenó la oposición de las clases sociales desfavorecidas y permitió una estabilidad política que ayudaba a la burguesía a seguir enriqueciéndose.

La Constitución de 1845 limitó los derechos de la anterior y estableció un sufragio censitario para que sólo una minoría pudiera votar y ser elegida, limitó la libertad de expresión y reunión y aumentó los poderes del monarca. Por otra parte, los moderados reorganizaron la administración del Estado liberal y aplicaron algunas reformas muy importantes en materia territorial, educativa (primeros planes educativos públicos iguales para todos los españoles), independencia de la administración de la política o en materia fiscal. Además, se crearon dos cosas que han seguido vigentes hasta nuestros días: el Código Penal que regula el funcionamiento de la justicia (hasta 1996, sustituido por uno similar) y la Guardia Civil, primera policía moderna.

Además, iniciaron numerosas obras públicas y se desarrolló una importante red de ferrocarriles, y se restablecieron relaciones con la Iglesia católica con el Concordato de 1851.

Bienio Progresista (1854-1856) y vuelta de los moderados (1856-1858)

La situación económica de crisis alentó el clima de tensión social, y tras unos cuantos sucesos más o menos violentos Espartero regresó del exilio para ser presidente del consejo de ministros compartiendo el poder con el general O'Donnell. Se volvió a implantar la Constitución de 1837 hasta que se aprobara una nueva, la de 1856, que nunca llegó a entrar en vigor (Non-nata), que ampliaba los derechos individuales. Se intentó una nueva desamortización y una nueva ley de ferrocarriles, pero la crisis económica y las huelgas forzaron a O'Donnell a proclamar otra vez la Constitución de 1845 y a apartar a Espartero del poder. Tras varios cambios de gobierno entre Narváez y O'Donnell, los liberales por fin aparcaron sus diferencias para gobernar juntos.

Unión Liberal (1858-1868)

O'Donnell fue el hombre fuerte de este periodo, caracterizado por la estabilidad política y el crecimiento económico. Se intentó sobre todo dar una imagen de honestidad política (aunque siguió existiendo el fraude electoral igual que antes) y se buscó recuperar prestigio internacional con una serie de guerras sin demasiada trascendencia (Santo Domingo, Chile, Perú, etc.).

El final del crecimiento económico y el desprestigio personal de la reina Isabel II por su vida privada, junto con el agotamiento del sistema liberal, acabaron con la monarquía borbónica.

Sexenio Revolucionario (1868-1874)

Revolución Gloriosa y Gobierno Provisional

En 1868, en un nuevo intento burgués de instaurar una auténtica democracia, varios generales, entre ellos Serrano y Prim, organizaron un pronunciamiento que acabó conociéndose como Revolución Gloriosa. Gracias a ella, se reconocieron los principios fundamentales de la democracia y se creó un gobierno provisional con Serrano al frente, que organizó unas elecciones de las que salió la Constitución de 1869: se estableció una monarquía constitucional con una clara división de poderes y reconociendo los derechos de los ciudadanos. Los problemas inmediatos fueron la búsqueda de un nuevo rey, la insurrección independentista en Cuba o problemas de orden público alentados por grupos republicanos.

Amadeo I

El candidato elegido en 1870 para reinar fue Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia Víctor Manuel II. Prim, principal valedor del nuevo rey, fue asesinado en extrañas circunstancias tres días antes de su llegada, con lo que Amadeo I, aunque estaba decidido a cumplir su papel de rey constitucional, se quedó inmediatamente sin apoyos.

Las divisiones políticas entre progresistas, unionistas y radicales, que practicaban el fraude electoral, junto a los grupos republicanos, carlistas e isabelinos, que no reconocían al rey, impidieron la estabilidad. En 1872 estalló la tercera guerra carlista, con Carlos VII, en País Vasco y Navarra.

En febrero de 1873, tras poco más de dos años de reinado, Amadeo I abdicó decepcionado con la política española.

Primera República

El mismo día que Amadeo I abdicó, las Cortes proclamaron la República, que en 11 meses de vida intentó consolidar el sistema democrático de 1868, pero sin éxito. El primer problema fue la falta de auténticos republicanos, una minoría dentro de las mismas Cortes, y sin mucho apoyo popular, además del problema de Cuba, la guerra con los carlistas y la propia división interna entre los republicanos, que podemos dividir en federalistas y unitarios.

El primer presidente, Estanislao Figueras (febrero), convocó elecciones y las ganaron los federalistas, que nombraron segundo presidente a Francisco Pi i Margall (mayo). Se elaboró una nueva Constitución y se dividió España en 17 estados federales, incluido Cuba.

Esta estructura se vio amenazada por el cantonalismo, un movimiento que buscó crear unidades políticas locales de carácter radical, a partir de las cuales se formaría la España federal. Estos cantones se declararon independientes dentro de España, con muchos miembros del campesinado y las clases sociales bajas optando por la vía revolucionaria para resolver sus problemas. La lentitud del ejército, que estaba ocupado luchando con los carlistas permitió que se formaran cantones por todo el país, siendo el más famoso el de Cartagena.

Esta crisis llevó a la dimisión de Pi i Margall y la llegada de Nicolás Salmerón (julio), republicano unitario, que contó con el apoyo de los generales más prestigiosos para acabar con el cantonalismo. El protagonismo de estos jefes militares, poco amigos del republicanismo, le puso muchos problemas, y acabó dimitiendo en septiembre por no querer firmar el restablecimiento de la pena de muerte. El cuarto presidente, Emilio Castelar, declaró el federalismo fuera de la ley y suspendió el parlamento durante tres meses. Reforzó el poder militar contra el cantón de Cartagena y los carlistas, consiguiendo algunos éxitos.

Cuando el parlamento volvió a abrir en enero de 1874, Castelar fue derrotado por los federalistas, que dominaban las Cortes, así que antes de que hubiera un quinto presidente, el general Pavía dio un golpe de Estado entrando a caballo en el Congreso y entregando el poder al general Serrano, que gobernó con mano dura hasta que en diciembre, el general Martínez Campos hizo un pronunciamiento a favor de Alfonso XII, hijo de Isabel II. Serrano se exilió y Alfonso XII entró en Madrid en enero de 1875, junto con su nuevo ministro Antonio Cánovas del Castillo, ideólogo de la Restauración.