Poesía de posguerra

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Autor: mirka2
Typ práce: Ostatné
Dátum: 22.11.2021
Jazyk: Španielčina
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Poesía de posguerra

  1. Panorama general de la lírica tras la guerra

La poesía española posterior a la guerra civil se caracteriza por una ruptura con el pasado cultural y literario anterior a la contienda. A esta situación se añaden cuatro circunstancias que contribuyen a crear un vacío literario en la lírica de posguerra:

- La muerte de poetas representativos de generaciones anteriores; Antonio Machado, García Lorca y Miguel de Unamuno.

- La cárcel, como en el caso de Miguel Hernández, y una rígida censura, sobre todo en la década de los años cuarenta.

- El exilio de poetas como J. Ramón Jiménez y gran parte de los miembros del grupo poético del 27.

- La publicación y la divulgación de la poesía a través de revistas y antologías sólo para un público minoritario.

A pesar de este panorama desolador, la lírica se convierte en el género literario más prolífico de la posguerra, con numerosas corrientes poéticas:

Década de los cuarenta

· La poesía arraigada

· La poesía desarraigada

Década de los cincuenta

· La poesía social

Década de los sesenta

· La promoción de los cincuenta

Década de los setenta

· Los novísimos

  1. Dámaso Alonso

Nace en Madrid en 1898. Profesor universitario de gran prestigio y gran investigador y crítico de Lingüística y Literatura española. Está considerado como el principal crítico de la Generación del 27. Sus estudios de Estilística son

muy apreciados. Muere en 1990.

Como poeta sólo su producción inicial puede adscribirse al grupo del 27, de cuyos miembros fue fraternal compañero. Dámaso Alonso es, según su propia expresión, “poeta a rachas”, sus momentos de creación intensa están separados por etapas dedicadas a otros menesteres.

Comenzó dentro de la poesía pura (Poemas puros; Poemillas de la ciudad (1921), influido por Machado y Juan Ramón Jiménez y, a veces, por la poesía tradicional.

Veinte años más tarde, Dámaso Alonso sorprende con un libro estremecedor. Hijos de la ira (1944), su mejor obra, sin duda, y obra fundamental en la posguerra española. Es la cima de lo que el mismo autor llamó "poesía desarraigada", es decir, la de quienes no se sienten a gusto en el mundo en que viven, mundo que se les aparece como “un caos y una angustia; el mundo "es un caos y una angustia; y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla". Es una poesía existencial, pues Hijos de la ira es un grito de protesta contra las injusticias, el odio, la crueldad. Además, el poeta pregunta con desgarro y angustia a Dios sobre el sentido de tanta podredumbre, sobre el sentido de la vida y sobre la mísera condición humana. Es una obra escrita en versículos obsesivos, vehementes y alucinantes que recuerdan el ritmo de los salmos bíblicos. El lenguaje, desgarrado, no excluye palabras duras y antipoéticas. Es un estilo, que rompe con el clasicismo formal, de moda esos años, y se aparta tanto de la poesía pura como del surrealismo, aunque algunas imágenes nos recuerden a este último.

En 1955 escribe Hombre y Dios, otra obra importante que se centra en u n diálogo dramático con el Creador sobre los temas permanentes de la existencia humana.

3.Miguel Hernández

.Nació en Orihuela, Alicante (1910), de padres muy humildes. Para ayudarles tuvo que abandonar sus estudios a los 14 años. Sin embargo, gracias a la ayuda de su amigo Ramón Sijé continúa su formación de manera autodidacta. Su vocación poética es muy temprana. En Orihuela participa en la tertulia de Ramón Sijé y conoce a la que sería su mujer. En 1934 se instala en Madrid, donde pronto será admirado. Ideológicamente, adopta posturas revolucionarias. Al estallar la guerra, se alista como voluntario con los republicanos. Se casa en 1937. Pero sus últimos años son tristes; su primer hijo muere; su segundo hijo nace cuando la guerra se acaba y el poeta es encarcelado. Murió tuberculoso en la cárcel a los treinta y dos años (1942).

Miguel Hernández pertenece, por edad, a la llamada “generación del 36”. Sin embargo, su trayectoria y sus relaciones con los poetas del 27 lo sitúan entre ellos como “hermano menor” o “genial epígono “.Dotado de cualidades excepcionales, supo fusionar – como Lorca–las raíces populares y las técnicas cultas, la emoción humana y el rigor estético. Su estilo es inconfundible: posee un tono vigoroso y apasionado, que parece brotar directamente del corazón. Pero esa desbordante inspiración se encierra en formas rigurosas (sobre todo en sonetos). Su potente capacidad creadora se manifiesta especialmente en sus personales metáforas. Su trayectoria poética es la siguiente:

Primera etapa. Tras los primeros poemas adolescentes, escribe Perito en lunas (1933), libro de 43 octavas reales que describen objetos humildes pero con audaces y barrocas metáforas. Estos poemas reflejan la influencia de Góngora y de otros poetas de la generación del 27.

La plenitud. En 1936 se publica su obra maestra: El rayo que no cesa. El centro del libro es el amor, vivido con un vitalismo trágico: sus grandiosas ansias vitales chocan contra las barreras que se le oponen (convencionalismos sociales y morales). De ese choque surge la pena, ese “rayo” que no cesa de herirle. El libro se compone principalmente de sonetos que con su forma rigurosa, favorecen esa síntesis entre desbordamiento emocional y concentración verbal. Aparte los sonetos, aparece en el libro la grandiosa Elegía a Ramón Sijé, una de las elegías más impresionantes de nuestra lírica.

Última etapa. Durante la guerra, Miguel Hernández, pone su poesía al servicio de la república. Por eso, adopta un lenguaje más sencillo y mayoritario, aunque pierda calidad. En 1937 aparece Viento del pueblo, en el que hay poemas de combate, pero en el que destacan especialmente poemas de tema social como “Aceituneros” o, sobre todo, “El niño yuntero”. Por último, en la cárcel compone buena parte del Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), nueva cima poética. Su expresión se depura de nuevo, inspirándose en formas de la lírica popular. Así, alcanza momentos de máxima desnudez, que hace más conmovedores sus versos sobre las consecuencias de la guerra, su prisión y, sobre todo, el amor a la esposa y al hijo (amor frustrado ahora por la separación) como en las Nanas de la cebolla.

  1. La poesía de los años 40

Antes o después de la guerra, surgen jóvenes poetas nacidos en torno a 1910 (igual que Miguel Hernández) y que componen la llamada generación del 36. Se trata de una generación dividida en dos campos: “poesía arraigada” y “poesía desarraigada”.

4.1. Poesía arraigada

Es la poesía de quienes se ven con firmes raíces en la vida. De forma serena expresan su conformidad con el mundo, su afán optimista de perfección, de orden. A ello se une un hondo sentido religioso. Sus grandes modelos son los llamados “poetas del Imperio”, con Garcilaso al frente (se les llamó también “garcilasistas”). Autores de esta tendencia son Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Dionisio Ridruejo. La mayoría de los poetas de esta tendencia se agrupa en torno a la revista Escorial.

Sus características más peculiares de esta poesía son:

- Lenguaje poético coloquial y sencillo, aunque con reminiscencias clásicistas (influencias de los poetas del Siglo de Oro) y surrealistas (empleo de símbolos e imágenes).

- Métrica y estrofas tradicionales (sonetos, romances) que alternan con formas cultas (soneto) y estrofas de versos libres.

- Temas de la vida cotidiana que reflejan la experiencia diaria y una constante búsqueda de Dios.

4.2. Poesía desarraigada

Esta poesía, influida por Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso y la revista Espadaña (fundada en León por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora), expresa la angustia de quienes se sienten disconformes en un mundo que les parece caótico y doloroso. En sus obras, los poetas expresan, con tono violento, su descontento y su malestar vital, la angustia del ser humano ante las consecuencias de la guerra civil, ante la desoladora realidad de la posguerra. La poesía desarraigada es, pues, un existencialismo comprometido que, en la década de los cincuenta, dará lugar a una poesía social en algunos poetas. Estas son las características de esta poesía:

- Temáticamente, el sentimiento religioso sigue siendo el motivo principal de las composiciones poéticas. Pero, a diferencia de la poesía arraigada, la expresión de su religiosidad es crítica, dominada por sentimientos como la soledad, el vacío, el miedo o la angustia de vivir y de morir. Estos poetas reprochan a Dios su silencio y su ausencia en un mundo de desolación y ruina.

- Estilísticamente, es una poesía menos clasicista que la anterior, con un lenguaje más directo y sencillo, pues no le importa tanto la estructura del poema como el contenido. Sin embargo, esta sencillez formal es sólo aparente.

- Métricamente, el soneto predomina en la mayoría de las composiciones, aunque también se emplean estrofas populares y el verso libre.

Los principales poetas de esta poesía son Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, así como Gabriel Celaya y Blas de Otero en sus primeros momentos. Sin embargo conviene puntualizar que la división entre poesía arraigada y desarraigada tampoco es absoluta, pues en la trayectoria de bastantes poetas aparecen ambas tendencias.

Estas dos tendencias no son únicas. Surgen en aquellos años autores difícilmente clasificables en una u otra corriente: tal es el caso, por ejemplo, de grandes poetas como José Hierro o el grupo Cántico de Córdoba (que cultivan una poesía pura) o el postismo (un movimiento postsurrealista).

  1. Poesía social (1959-1960)

Hacia mediados de la década de los cincuenta y hasta entrados los sesenta, la lírica española se caracteriza por el predominio de la poesía social. Esta nueva tendencia poética deriva de la poesía desarraigada y conlleva un retorno al realismo social, tradición literaria que se había roto con la guerra civil. Los dos libros de poesía que inauguran la poesía fueron publicados en 1955: Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos, de Gabriel Celaya.

La angustia existencial es superada para abrirse a los sufrimientos de los demás. La solidaridad es ahora la palabra clave. Los escritores de la poesía social consideran que el poeta debe reflejar la realidad del país, apoyar a los más desfavorecidos de la sociedad y denunciar los males que afectan a la nación. La poesía tiene ahora una nueva función: para Celaya la poesía es un instrumento para transformar el mundo. La poesía se convierte, pues, en vehículo de comunicación para llegar a “la inmensa mayoría” y despertar la conciencia de los individuos. Es, por tanto, una concepción totalmente opuesta a la que años antes había defendido Juan Ramón Jiménez, que escribía para “la minoría siempre”. Los poetas más representativos de esta tendencia son, como hemos dicho, Blas de Otero y Gabriel Celaya.

Estos escritores cultivan una poesía social con rasgos propios y la mayoría de ellos evoluciona, con el paso del tiempo, hacia distintas estilos artísticos; sin embargo, todos ellos comparten una serie de características comunes y unos temas semejantes:

  • Empleo preferente del verso libre, que confiere un tono narrativo al poema.
  • Predominio del contenido sobre la forma. Siguiendo la línea de la poesía desarraigada, el carácter literario del poema queda supeditado a su contenido, ya que lo importante es el mensaje que se quiere transmitir.
  • Uso de un lenguaje sencillo y coloquial para llegar a la inmensa mayoría. Muchos caerán así en una poesía “prosaica”, pero también es cierto que otros aciertan a descubrir las posibilidades y los valores poéticos de la lengua cotidiana.

Las injusticias sociales, la solidaridad, el mundo del trabajo, la preocupación por la política del país y el deseo de libertad son, entre otros, los temas predominantes de la poesía social. Sin embargo, el tema de España es el más importante. A través de sus composiciones, los poetas expresan el dolor que sienten por España y la protesta ante la realidad española, la guerra civil y sus consecuencias. Los escritores partidarios de la poesía social retoman la preocupación por España que había caracterizado a los autores de la Generación del 98, aunque a diferencia de éstos el tema de España adquiere un tratamiento más político y crítico. En muchos casos, las composiciones líricas reflejan un sentimiento contradictorio hacia España:

  • Dolor ante la situación dramática en la que está inmerso el país.
  • Amor condicional a la patria y una esperanza en un futuro prometedor.
  1. Blas de Otero

Nació en Bilbao en 1916. Estudio derecho, carrera que no ejerció. Tras dedicarse a la enseñanza por algún tiempo, se consagra a la poesía y da recitales y conferencias por todo el mundo Muere en Madrid en 1979. Desde el punto de vista ideológico pasó del cristianismo al marxismo. Se trata de una figura clave de la poesía de su tiempo que supo juntar conciencia ética y rigor estético.

Su trayectoria poética resume la evolución de la poesía española de su tiempo. Su camino ha ido del yo al nosotros. Pasa, pues, de la expresión de sus angustias personales a una poesía social; y en sus últimos años se advierten nuevos intentos de experimentación formal.

Blas de Otero es un riguroso trabajador del lenguaje, aunque ello no se perciba siempre. Son abundantes sus recursos estilísticos: fonéticos (aliteraciones, juegos de sonidos), sintácticos (paralelismos, reiteraciones...), léxicos (juegos de palabras, uso del léxico popular). Todo ello se utiliza para enfatizar el contenido conceptual y afectivo. Su métrica incluye tanto las estrofas clásicas o tradicionales como el verso libre, pero con un rasgo común: la ruptura del normal fluir del verso.

1) Primera etapa: poesía desarraigada. Tras unas obras primerizas, Otero publica Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951). Se trata de una poesía desarraigada, expresión del “yo” con sus angustias existenciales, con sus interrogantes sobre el sentido del hombre y del mundo. Tiene poemas religiosos, pero dirigidos a un Dios a la vez anhelado e incomprensible. Hay también poemas amorosos y también hay, en algunos poemas, un primer acercamiento al “nosotros”, a los sufrimientos de los demás hombres. Predominan en esta etapa las formas clásicas: Blas de Otero se muestra, en particular, como espléndido sonetista. Ensaya también el verso libre. Su densidad estilística es ya asombrosa. Y se perciben las influencias de la Biblia, de Quevedo o de Unamuno.

2) Segunda etapa: poesía social. En 1955 publica Pido la paz y la palabra, al que siguen En castellano (1959) y Que trata de España (1964). Este último título englobará luego a los tres libros. El poeta abandona ahora sus problemas personales, sus angustias, y se enfrenta con los problemas colectivos, en una actitud de solidaridad. Es la poesía social. España y sus problemas se convierten ahora en los temas principales. Los versos expresan, junto al anhelo de paz, las ansias de libertad y de un futuro mejor. Junto a una actitud crítica (hasta donde permitió la censura), aparece la llamada a la esperanza. El poeta, libre ya de angustias, quiere que su voz sea decididamente positiva: concibe ahora la poesía como lucha constructiva. Por eso, se dirige a “la inmensa mayoría” (en contraste con la poesía minoritaria) y busca un lenguaje más sencillo, en apariencia. Se nota la influencia de Machado, Alberti, Miguel Hernández y junto a ellos, la huella de la poesía popular, que, junto al verso libre, domina ahora sobre el soneto.

3) Última etapa. Después de 1965, va componiendo, entre otras, las poesías de Hojas de Madrid, en las que se observan sensibles novedades. Sin renunciar a la poesía social, amplía su temática, dando mayor presencia a los temas íntimos. Y se preocupa de renovar su estilo formal: introduce nuevos ritmos, imágenes insólitas, incluso toques surrealistas. Hay, en suma, un notable enriquecimiento de su lengua poética, que se mostró abierta a las inquietudes experimentales de aquellos años

  1. La promoción de los años cincuenta (1960-1970)

Aunque la poesía social perdura hacia la mitad de los años sesenta, a finales de los cincuenta se puede hablar ya de una superación del realismo social. Muchos de los escritores que inician esta superación son poetas formados en esta tendencia, pero que la abandonan para crear una nueva lírica. Se les denomina “promoción de los sesenta” y, entre otros, destacan Gil de Biedma, Ángel González, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y Francisco Brines, nacidos todos ellos entre 1929 y 1934. Son autores que ejercerán un especial magisterio en promociones posteriores.

A estos poetas, que han ido abandonando la poesía social, no les deja, sin embargo, la preocupación por el hombre, ni el inconformismo ante el mundo, pero domina ahora cierto escepticismo. En sus obras predomina un tono intimista y autobiográfico, ya que, según ellos, el poema debe expresar la realidad íntima y personal del poeta.

Estos autores, aunque no formen un grupo homogéneo, comparten una serie de características comunes:

- La preocupación por el ser humano, por el individuo en concreto, enlazando así con la poesía existencial.

- Los temas más frecuentes son el paso destructor del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia y de la adolescencia, la familia, el amor, el erotismo y la vida cotidiana.

- El estilo se aleja también de los modelos de etapas anteriores. En esta nueva poesía se aprecia un lenguaje sobrio, sencillo y preciso, pero lleno de expresividad poética.

- La forma predomina sobre el contenido. Frente a la primacía del mensaje en la poesía social, los poetas de esta década valoran el lenguaje como medio para acceder a la realidad.

- Se usa la técnica conversacional al escribir, el poeta se dirige a un interlocutor, real o ficticio: Dios, la amada, el propio poeta...

  1. Los novísimos (los años setenta)

Los años setenta se presentan fuertemente marcados por los novísimos. Se les llama así por la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), en la que se incluyeron a autores nacidos después de 1939: Pedro Gimferrer, Guillermo Carnero, Martínez Sarrión, etc. Son poetas que ya no conocieron la guerra civil y que, en su mayoría, comienzan a escribir en la llamada “sociedad de consumo”.

Se percibe en ellos una nueva sensibilidad, formada por muy amplias lecturas, como por el cine, los cómics o la música (jazz, rock, folk...). Aunque, ante la sociedad, adopten una actitud crítica, rechazan la poesía social: no creen que la poesía pueda cambiar al mundo. Y junto a temas graves, reflejo de un íntimo malestar, pueden tratar temas frívolos. Pero no son los temas lo que más les interesa, sino el estilo: se sitúan en una línea experimental, en una nueva vanguardia, en busca de un nuevo lenguaje poético. En ese sentido, el Surrealismo, vuelve a ser un modelo para algunos.

Otros poetas se darán a conocer poco después: Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena o Jaime Siles. Algunos de ellos comparten rasgos de los novísimos, pero aportando nuevos elementos.

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